El cordón amarillo de la vereda se veía como una gota de agua, o como un río que recorría los campos abiertos. La gente abajo, agitando brazos. Con megáfonos que gritan mi nombre. Me pareció identificar la rubia cabellera de mi mujer. Pero en ese momento era más fácil disfrutar el viento fresco que me brindaban esas alturas. O el vaso de agua en mi mano. O el frío del cemento en mis desnudos pies. O resignarse al dolor de mis uñas clavandose en el marco de la ventana. Aunque aún no superaba el desgarrante dolor de las espinas crecientes desde el interior de mi corazón.
Pero, de todos modos, no era momento de preguntarse el por qué de las cosas. Los sucesos se continuaron, había cometido mis errores. Provocaron esto. Yo nunca quise.
Una vez más, no importaba el por qué, ya estaba ahí. Decidido a desaparecer. Cuando, mas allá del carente de aromas, aire, percibí el humo del tabaco que despedía algún tipo de pipa, cerca mío. De pronto, invadida por sombras, mi espalda sufrió un pequeño instante de puntadas desde la primera cervical hasta la última lumbar. Un coro de niños tomó lugar ante los ahora débiles gritos de la policía, debajo mío, a unos doscientos metros. Fue creciendo, invadiendo mis oídos, penetrando en mi sien, para luego simplificarse a una sola voz. Grave, como quien dice, la voz de un clásico bebedor de whisky. Era ronca, era áspera. El olor a tabaco quemado se había concentrado. Podía sentir el humo rozar la piel de mi cuello. Y ahora sólo oía una pesada respiración, como si estuviera siempre a punto de toser. En cada exhalo, su alma parecía querer escaparse.
- ¿Cómo es que has llegado a esto?- preguntó, dificultosamente.
Oh, no. Tal y como lo sospechaba.
- Sé lo que necesitas. El mundo puede ser tuyo, ¡Tomalo! Vos solo podrías--
- Andate- lo interrumpí- no te necesito- alcancé a decir, antes de llegar a probar el salado sabor de una lágrima.
- Pero, ¿A qué viene tanta hostilidad? Desde que te conocí, he intentado ayudarte, y sólo recibí negativas- intentó sonar acogedor, sin lograrlo.
- Te prometo, diez años de fama, ¡De Gloria buen hombre!
Me di vuelta de una vez, para quedar frente a frente con él. Tuve que agacharme, ponerme de cuclillas para verlo bien. Para que sus ojos amarillos se encontraran con mi celeste.
- Puedo darte lo que necesites, pero debés estar con vida. Pensá en quienes te aman- su voz parecía deteriorarse segundo a segundo. Su ancha y falsa sonrisa resaltaba las arrugas en sus redondos rasgos.
Sus blancos cabellos se erizaron cuando lo tomé del rostro, sin decir una palabra. Su gesto superado, se transformó rápidamente en una pálida barra de hierro. Apreté la carne de su cara bien fuerte, raspando mis palmas contra su desprolija barba, para luego dejarme caer. Dejar que mis pies pisaran el aire. Que mi espalda se arquee. Dejar que la gravedad hiciera su trabajo.
Cerré los ojos y me desvanecí junto a las nubes arrastradas por el viento.
- Ésta no es manera de asesinar a un demonio.

Lo sabía, pero al menos lo intentaría.