Hace mucho que no miro al Cielo, las estrellas. Puntitos blancos en la inmensidad. Un azul tan profundo que sorprende. Es claramente, un regalo de lo Divino. Desde que el ser humano existe, ahí estuvo. Para adornar noches románticas con una pareja, para llorar ríos cuando se necesita una lluvia, para gritar y relampaguear en los días de furia. Un campo abierto a ser descubierto, miles de constelaciones que enternecen al hombre mas duro.
¿Quién no ha deseado volar a través de ese bello mar de vacío? Dejar a tus amigos, a tu familia, tus recuerdos y tu vida, por diez minutos. Ir de Puerto Madero, a París, y de París a Pekín.
¿Cómo se sentirá flotar? Mirar a éste mundo desde arriba. Ver las luces, la gente caminar, los ríos fluir, los mares golpear. Mirar a la Luna de frente, y poder decirle lo hermosa que es.
Volar juntos, de la mano, abrazados, ¿Qué tan divertido puede ser? ¡Increíble!

Sin embargo, puedo decir que estuve mas cerca del Cielo que cualquier otra persona que en éste momento esté pisando el suelo. Porque yo besé sus labios. Yo toqué sus manos. Llamame estúpido, pero yo tuve el poder, al menos alguna vez, de mover sus tierras, quebrar sus murallas, derrumbar su fortaleza. Llamame cursi, pero yo sentí que volaba cuando la besé. Cuando sentí sus labios ardientes, acaricié su espalda, acercamos nuestros cuerpos. La besé, me alejé, la besé, me alejé. Sentí ese bendito cosquilleo en mi estómago.
Pero luego caí, mis alas fueron cortadas. Y sentí esa maldita presión en el pecho, que me cierra cada bronquiolo dentro mío.
Minuto a minuto, sigo cayendo, hasta que vuelva ella a coserme las alas, y llevarme a los rincones ocultos. Pero no golpearé el piso, no todavía. Sigo cayendo, pero te espero, mirando hacia arriba, hacia el precioso astro de la noche que promete atraparme si es que nunca volvés.