Mercurio

Es como si cada parte de ella me llamara. El simple hecho de rozar sus labios con los míos producía una ráfaga de calor dentro mío que me hacía retorcer cada músculo. Sintiendo la necesidad de tocar todo su cuerpo al mismo tiempo, estar dentro de su pecho, ser su piel. Ardía su cuello, transpiraban mis manos. Una nueva versión de mi ser salía a flote. Un instinto salvaje, violento. Sacaba fuerzas de mi interior que desconocía, cuerpo y mente separados por el deseo. La necesidad de agarrar, morder, unir, contra la fuerza de la moral que pretendía no dejarme lastimarla. No queria seguir, pero necesitaba hacerlo.
Mente y voluntad contra fuerza y deseo. Lujuria y poder contra el miedo. Saboreé cada mordisco, sentí cada movimiento. Me estremecí ante ideas impuras que pretendían corromperme. No mordí la manzana, pero la serpiente me venció.
Ahora una fuerza oscura capaz de matarla me persigue. Puedo controlarla con pequeños rituales ocultos, en los que sólo yo participo.
La locura y la pasión se mezclan como el mercurio, formando una ponzoña que se coagula en el centro de mi pecho. Y la única persona capaz de succionarla fuera de mí, es la que mayor riesgo corre.

La bestia dentro mío gritaba su nombre, sediento.