Porque es tan hermoso perderse. Y observar cada detalle de tu superficie. Y escuchar un megáfono advirtiendo lo que viene. Porque es tan hermoso posar mis dedos sobre alguna tela suave. Y mirarte cuando no me ves.
Porque es tan divertida tu sonrisa cuando intentas disimularla. Y que mi corazón lata aun mas fuerte que la música repetitiva.
Y no quiero dormirme a tu lado sin poder observar cómo respiras. Cómo tus pulmones se llenan por el poco aire que dejás entrar por tu boca.
Tu boca. Pintada con el mismo tono del rubor de tus mejillas, carnosos a la espera de su complemento.
Y buscarás el momento. Y buscaré la oportunidad. Para encontrarte una vez mas, y hacer lo que se suponía que no debía hacer. Y no hacer lo que sentía. O quizás, lo que sentíamos.
Tus palabras de indiferencia en una saga quebraron un llanto silencioso en mi interior. Pero supiste reponerme con un contacto que no habíamos tenido nunca.
Y al fin en mi habitación, me encuentro con tu cuerpo tendido en el piso. Y me acuesto a tu lado a mirar el techo. Mientras jugamos con nuestros pies. Mientras tomas mi mano y la llevas a tu pecho. Y la bajo hacia tu panza que yace plana y con mayor temperatura que tu ya tibia mejilla. Y me giro para besar tu mejilla. Y te giras con tu mano sobre mi hombro.
Y enfrentados nos miramos a los ojos. Y enfrentados nos miramos nuestros labios. Y quemados por el fuego febril del amor prohibido y nunca olvidado, nos acercamos para al fin besarnos.
Y como un tonto abro los ojos y veo la imagen borrosa de tu foto que quedó tendida sobre mi rostro. Abro los ojos a duras penas, pues, me había quedado dormido mirando una foto de nuestro pasado juntos. Abro los ojos y veo una realidad que odiaba; mi cama partida al medio por la incertidumbre de tu posible olvido de lo que pasó. Lo que pasó entre vos y yo.