7.17.2009

Offspring's sun

El agua de la bañera estaba caliente, muy caliente para la delicada piel de una mujer. Piel marcada, piel lastimada. Piel blanca como la porcelana, y frágil como ésta.
Sin embargo, dejó caer su bata y adentró su cuerpo entero. El cuarto de baño era muy elegante y simple, minimista. Paredes blancas, griferías cromadas, ángulos cuadrados. Una hilera de velas iluminando el pequeño ambiente, dejando ver el vapor ascendiente. Tomó el jabón amarillo y lo pasó muy lentamente por su desnudo brazo derecho, sin hacer hincapié en la gran cicatriz que sobresalía como cadena de hierro. Por un momento llegó a su mente una imagen de lo que haría hoy. De lo que le esperaba. No sabía si sonreír o avergonzarse. O quizás llorar, quién sabe bien. No se hacía una idea de lo que vendría. No que fuera una noche tan especial, pero los nervios eran inevitables.
Secó su cuerpo húmedo con una sola toalla, pero no se vistió. Se quedó unos segundos en silencio, observando su figura en un espejo. En su cabeza recreaba una canción romántica de los sesenta que había escuchado en una película, y con sus pequeñas manos hacía mímica en el aire, como si tocara un piano. Se veía la inocencia escondida y forzosamente reprimida en algún rincón de sus marrones ojos. En el reflejo vio el vestido negro, su boca hizo una mueca de desprecio. Quien la observara no entendería por qué.
Miró la hora, se estaba haciendo tarde; pintó sus labios de un color carmesí casi transparente, se perfumó detrás de cada oreja, peinó su pelo y lo ató hacia un costado, y por último, se colocó sus dos aros favoritos.
Vivía sola, así que ninguna despedida tomó lugar en su hazaña. Se miro una última vez en el espejo del hall que llevaba a la puerta, tomó su cartera y salió.
Otra noche, otra salida, otro hombre, otra larga noche de sexo. La rutina volvía a invadir su vida, aburrida existencia.
Estaba preciosa en esa ocasión en particular, se había arreglado con sus pertenencias mas finas, para la visita de esta noche. Caminó unas pocas cuadras, hasta que llegó al cruce con la Avenida principal. Miró para ambos lados pero no se movió. Se quedó quieta, parada en la esquina, esperando a que algún hombre la pasara a buscar, y llene su billetera de lujuria.

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